ISAÍAS 22, 20-22:
“Y en
aquel día llamaré yo a mi siervo Eliaquim, hijo de Helicías, y le vestiré de tu
[Sobná] túnica y le ceñiré de tu cinturón, y pondré en
sus manos tu poder. Y él será un padre para los habitantes de Jerusalén y para
la casa de Judá. Y pondré sobre su hombro la llave de la casa de David;
abrirá, y no habrá quien pueda cerrar; cerrará, y no habrá quien pueda abrir”.
Recientemente
leí algo en el Antiguo Testamento que, cuando se considera junto con Hechos
capítulo 15, prueba más aún, sin lugar a dudas, que San Pedro fue el primer
papa. Nunca he visto tratar este punto. Ahora, antes de considerarlo, debe
dejarse claro que existe la prueba abrumadora de que Jesús hizo a San Pedro el
primer papa en los textos tales como Mateo 16, 18-19. Allí dice que Jesús le da
a Simón el nuevo nombre de Pedro, que significa piedra; dice que Jesús
edificará su Iglesia sobre Pedro; dice que Jesús le dará las llaves del reino
de los cielos; dice que cuanto Pedro atare sobre la tierra será atado en los
cielos, y que cuanto él desatare sobre la tierra será desatado en los cielos.
Mateo
16, 18-19: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra Yo edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los
cielos, y cuanto atares sobre la tierra será atado en los cielos, y cuanto
desatares sobre la tierra será desatado en los cielos”.
Además tenemos
Lucas capítulo 22. Allí Jesús les habla a sus Apóstoles acerca de su reino, es
decir, la Iglesia de Dios sobre la tierra. En Lucas 22, 29, Jesús dice:
“Por eso yo os preparo el reino celestial como
mi Padre me lo preparó a mí”.
En el contexto de la discusión acerca de cómo será estructurado este
reino y quién será considerado el mayor en él (véase Lucas 22, 24-25), Jesús
destaca a San Pedro del resto de los Apóstoles. En Lucas 22, 31-32 Jesús dice:
“Simón, Simón, mira que Satanás os busca para zarandearos
como se hace con el trigo. Pero Yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no
desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”.
Es importante señalar que cuando Jesús dice aquí, “Satanás os
busca”, el ‘os’ es en plural.
Esto es claro en el texto original griego, aunque no lo es en muchas
traducciones castellanas e inglesas. Jesús dice que Satanás va en búsqueda de
todos los apóstoles (plural); pero Jesús rogó sólo por Simón Pedro (singular),
a fin de que su fe no desfallezca.
Lucas 22, 31-31: “Simón, Simón, mira que
Satanás os ὑμας busca para zarandearos como se hace con
el trigo. Pero Yo he rogado por ti [σου], a fin de que tu [σου] fe no desfallezca.
Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”.
De acuerdo a Jesús,
San Pedro, el que recibirá las llaves del reino de los cielos, también gozará
de una fe que no desfallece.
Jesús solamente le dice esto a San Pedro, separándolo de los demás. Jesús hace
esta garantía sobre San Pedro en el contexto de la discusión acerca de cómo
será estructurado su reino y quién será el mayor en él. La promesa a San Pedro
de que su fe no desfallecerá está conectada con la infalibilidad en el cargo de
San Pedro. Esa promesa es conocida como la infalibilidad papal.
También está Juan 21, 15-17. En Juan capítulo 21 se relata que,
después de su resurrección, Jesús se le apareció a Pedro y algunos de los
Apóstoles. Jesús luego destaca a San Pedro una vez más y le confía todo su
rebaño. Jesús le dice a San Pedro “Apacienta mis corderos”, “Pastorea mis
ovejas”, y “Apacienta mis ovejas”. Las ovejas son los cristianos, los miembros
de su Iglesia.
Juan 21, 15-17: “Habiendo, pues, almorzado, Jesús dijo a Simón Pedro:
‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos?’ Le
respondió: ‘Sí, Señor, Tú sabes que yo te quiero’. Él le dijo: ‘Apacienta mis corderos’.
Le volvió a decir por segunda vez: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’ Le
respondió: ‘Sí, Señor, Tú sabes que te quiero’. Le dijo: ‘Pastorea mis ovejas’.
Por tercera vez le preguntó: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’ Se entristeció
Pedro de que por tercera vez le preguntase: ‘¿Me quieres?’, y le dijo: ‘Señor,
Tú lo sabes todo. Tú sabes que yo te quiero’. Jesús le dijo: ‘Apacienta mis ovejas’”.
Véase Juan 10, 11 y
otros numerosos pasajes.
Juan 10, 11: “Yo soy el buen pastor. El buen
pastor da su vida por sus ovejas”.
Esto significa que
en Juan 21, 15-17, Jesús le confía todo su rebaño a San Pedro y le manda que lo
apaciente y gobierne. De hecho, en Juan 21, 16, el segundo mandato de los tres
que Jesús hace a Pedro, Él utiliza la palabra Ποίμαινε, que es el presente imperativo activo, en
segunda persona singular del verbo ποιμαίνω,
cuyo significado es yo
pastoreo, atiendo o rijo. El verbo ποιμαίνωes usado repetidamente en el Apocalipsis para
expresar la autoridad propia de Jesús para regir. Por ejemplo:
Apocalipsis 2, 27: “Y las regirá [ποιμανει] con vara
de hierro...”.
Y Apocalipsis 12, 5: “Y parió un hijo varón,
que ha de regir [ποιμαίνειν] a todas
las naciones con vara de hierro...”.
Jesús utiliza el mismo verbo en Juan 21, 16, cuando le manda a San
Pedro pastorear o regir el rebaño, porque San Pedro sería el primer papa. Pedro
recibe la autoridad única de Cristo para regir y apacentar al pueblo cristiano.
A propósito, la autoridad que Jesús le prometió a San Pedro en Mateo 16, 18-19
no fue de hecho conferida sobre él sino hasta el evento relatado en Juan 21,
15-17. Fue después de la resurrección, cuando Jesús le dio a San Pedro la
autoridad sobre todo su rebaño, que él se convirtió en papa. Las palabras de
Jesús en Mateo 16, 18-19 son promesas acerca de lo que Él establecerá sobre San
Pedro en el futuro. Es por eso que las promesas son dichas en tiempo futuro:
“sobre esta piedra Yo
edificaré mi Iglesia... Yo te daré las llaves del reino de los
cielos...”, etc.
La autoridad y posición única conferida a San Pedro por Jesucristo
también se prueba claramente por la singularidad y la prominencia que se le da
a San Pedro en los Evangelios y en los Hechos de los Apóstoles. El nombre de
San Pedro es mencionado más de 190 veces en el Nuevo Testamento. El siguiente
más cercano a Pedro entre los 12 apóstoles, que es Juan, sólo se menciona 29
veces. Los nombres de los demás 11 apóstoles en su conjunto son mencionados
sólo 130 veces, mucho menos que el de Pedro. Tan solo en los capítulos 1 a 15
de los Hechos, el nombre de Pedro es mencionado 56 veces:
Pedro dirige a la Iglesia para decidir quién reemplazará a Judas en
Hechos capítulo 1;
Pedro habla a favor de la Iglesia en Pentecostés en Hechos capítulo 2;
Pedro obra la primera curación milagrosa en la historia de la Iglesia
después de la Ascensión en Hechos capítulo 3;
Pedro responde a favor de la Iglesia ante el concilio del sumo sacerdote
en Hechos capítulo 4;
Pedro impone la disciplina a Ananías y Safira en Hechos capítulo 5;
En Hechos capítulo 10, al primer converso gentil se le dice que
encuentre a Pedro; y mucho más.
También vemos la manera en que las Escrituras se refieren a San Pedro en
el contexto de los demás Apóstoles. En el Nuevo Testamento, cada lista de los
12 Apóstoles tiene enlistado primero el nombre de Pedro y como último el de
Judas. Esto es cierto a pesar de que la ordenación en la lista que menciona a
los otros Apóstoles no siempre es exactamente la misma. En la lista de Mateo,
no sólo se menciona primero a Pedro, sino que es directamente llamado el primero o el jefe.
Mateo 10, 2: “Los nombres de los doce apóstoles son éstos: el primero [πρωτος], Simón, llamado Pedro...”.
La palabra griega usada en Mateo 10, 2 (πρωτος)
significa primero, jefe o principal. Como los
demás nombres no tienen un número asignado en la lista – y Pedro no fue el
primero que siguió a Jesús (sino Andrés) – esta declaración no tiene la
intención de asignar un número a Simón Pedro. Ello es para indicar que él es el
jefe, el líder o el principal de los doce. Mateo está diciendo
literalmente: El Jefe, Pedro.
Mateo 10, 2-4: “Los
nombres de los doce apóstoles son éstos: el
primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago
el de Zebedeo y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el
publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el celador, y Judas Iscariote,
el que le traicionó”.
Marcos 3, 14-19: “Y designó a doce... a Simón, a quien puso por
nombre Pedro; a
Santiago el de Zebedeo y a Juan, hermano de Santiago, a quienes dio el nombre
de Boanerges, esto es, ‘hijos del trueno’; a Andrés y Felipe, y Bartolomé y
Mateo, a Tomás y Santiago el de Alfeo, a Tadeo y Simón el Cananeo, y a Judas Iscariote...”.
Lucas 6, 14-16: “Simón, a quien puso también el nombre de Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago
y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo y Tomás, Santiago el de Alfeo y Simón,
llamado el Zelotes; Judas de Santiago y Judas Iscariote,
que fue el traidor”.
Adicionalmente, cuando Pedro es mencionado por su nombre, los demás
Apóstoles a menudo son descritos como los
que estaban con Pedro.
Hechos 2, 37: “... se sintieron compungidos de
corazón y dijeron a Pedro
y a los demás apóstoles: ‘¿Qué hemos de hacer, hermanos?’”.
Hechos 5, 29: “Respondiendo Pedro y los apóstoles,
dijeron...”.
Marcos 1, 36: “Y Simón [Pedro] y los que estaban con él salieron
a buscarle”.
Lucas 9, 32: “Mas Pedro, y los que con él estaban,
se hallaban cargados de sueño”.
Incluso el ángel, después de la resurrección, hace lo mismo.
Marcos 16, 7: “Pero
id a decir a sus discípulos y a Pedro que os
precederá a Galilea”.
La Escritura repetidamente singulariza a San Pedro, y lo distingue de
los demás Apóstoles, porque él era el líder, el primer papa.
Bien,
ahora consideremos una impresionante prueba adicional de este hecho ubicada en
los Hechos de los Apóstoles.
Con el fin de entender este punto, se debe saber que, según el Nuevo
Testamento, Jesús se sentará sobre el trono de David y heredará su reino. Dios
hizo un pacto con David para establecer un reino. La monarquía davídica, el
reino de Dios sobre la tierra en el Antiguo Testamento, estaba destinada a ser
un prototipo del reino de Dios que Jesucristo luego establecería. Es por eso
que Jesús es llamado el hijo de David en los Evangelios. Es por eso que en el
Evangelio de Mateo uno de sus temas principales es sobre un reino. También es
la razón por la que el mismo San Pedro dice en Hechos 2, 30 que Jesús está sentado sobre el trono de David.
Hechos 2, 30-32: “Pero, [David] siendo profeta y sabiendo que le
había Dios jurado solemnemente que un fruto de sus
entrañas se sentaría sobre su trono, le vio de antemano y habló de
la resurrección de Cristo, que no sería abandonado en el Hades, ni vería su
carne la corrupción. A este Jesús le resucitó Dios,
de lo cual todos nosotros somos testigos”.
Por eso Lucas 1, 32 dice lo siguiente de Jesús:
“... y le dará el Señor Dios el trono de David su
padre...”.
Jesús está sentado
sobre el trono de David. Pero el reino de Jesús es espiritual; su reino es su
Iglesia. Su reino no sólo es el cumplimiento, sino que supera el prototipo, el
reino de David. El punto aquí es que el reino de Jesús, su Iglesia, sigue el
modelo del reino de David y la Israel del Antiguo Testamento. Tenga esto
presente. Por ejemplo, los ministros reales que formaban el gabinete real en la
monarquía davídica, como también las 12 tribus de Israel, prefiguraron a los 12
apóstoles de Jesús.
Ahora, en Hechos capítulo 15 leemos acerca del Concilio de
Jerusalén. Este fue una reunión monumental de la ἐκκλησία, la Iglesia, con respecto a la circuncisión, y
cómo en el futuro debían ser atendidos los gentiles que se convertirían al
evangelio. La reunión, por lo tanto, trató de cómo funcionaría el reino del Nuevo Pacto de Dios, que
es su Iglesia, y de cómo se construiría
y expandiría en el futuro.
En Hechos 15, 6 leemos que:
“Se reunieron los apóstoles y los presbíteros
para examinar este asunto”.
Así que los hombres
principales de la Iglesia se presentaron para esta importante reunión en
Jerusalén. Ahora bien, si retornamos al Antiguo Testamento – y específicamente,
a 1 Crónicas capítulo 28 o 1 Paralipómenos capítulo 28 – leemos acerca de otro
concilio. Este concilio aconteció durante el reinado del rey David. También fue
un concilio en Jerusalén.
Y así como los hombres principales, los apóstoles y los presbíteros,
estuvieron presentes para el Concilio de Jerusalén de Hechos 15, leemos en 1
Crónicas 28, 1 que “todos los príncipes de Israel” se reunieron para el
concilio del Antiguo Testamento en Jerusalén.
1 Crónicas 28, 1: “todos los príncipes de
Israel” se reunieron “en Jerusalén”.
Por otra parte, el
Concilio de Jerusalén registrado en 1 Crónicas 28 fue convocado a fin de
discutir cómo debía
ser construido el templo o la casa del Señor.
1 Crónicas 28, 11-12: “... el diseño del pórtico y de los
demás edificios, de las tesorerías, de las cámaras altas, de las cámaras
interiores y del lugar del Propiciatorio; y también el
diseño de todo lo que tenía en su espíritu respecto de los atrios de la casa
del Señor y de todas las cámaras de alrededor, para los tesoros de la casa de
Dios y de las cosas sagradas”.
El templo o la casa
de Dios en el Antiguo Testamento fue un tipo de la Iglesia en el Nuevo
Testamento. Véase, por ejemplo, 2 Corintios 6, 16:
“¿Qué concierto entre el templo de Dios y los
ídolos? Pues vosotros sois templo de
Dios vivo”.
También véase Hebreos 3, 6, 1 Pedro 2, 5, y otros pasajes para la
conexión entre el templo de Dios en el Antiguo Testamento y la Iglesia de Dios
en el Nuevo Testamento.
Como en el Concilio de Jerusalén de 1 Crónicas 28 se reunieron para
discutir cómo el templo de Dios del Antiguo Testamento sería construido,
ello fue por ende un tipo o símbolo exacto del futuro Concilio en Hechos
capítulo 15, donde igualmente se reunieron para discutir cómo el templo de
Dios, esto es, la Iglesia del Nuevo Testamento, se construiría y expandiría de
allí en adelante.
Hechos 15, 4-6: “Llegados a Jerusalén fueron
acogidos por... los apóstoles y los presbíteros...”.
De hecho, en Hechos 15, 16, en el Concilio de Jerusalén del Nuevo
Testamento, hay una referencia directa a la profecía de Amos 9, 11, sobre la
reedificación del tabernáculo de David.
Hechos 15, 16: “Después de esto volveré,
y reedificaré el tabernáculo de David que está
caído; reedificaré sus ruinas y lo levantaré de nuevo...”.
El tabernáculo de David era la tienda en la cual estaba el Arca de
la Alianza antes de la construcción del templo. Fue por ende un precursor del
templo/casa de Dios y una representación de ello.
El
mensaje en Hechos 15, 16 es que con la incorporación de los gentiles en la
Iglesia – el asunto discutido específicamente en el Concilio – la profecía
acerca de la reedificación de ese tabernáculo de David, la casa de Dios, se
estaba cumpliendo. Por lo tanto, el Concilio de Jerusalén de 1 Crónicas 28, que
se convocó para discutir cómo construir el templo de Dios, fue definitivamente
un tipo del Concilio de Jerusalén de Hechos 15, que se convocó para discutir
cómo construir el templo o iglesia de Dios.
1
Crónicas 28, 1: “todos los príncipes de Israel” se reunieron “en Jerusalén”.
Hechos
15, “Llegados a Jerusalén fueron acogidos por... los apóstoles y los
presbíteros...”.
Explicado el
evidente paralelo entre los dos concilios en Jerusalén, por favor considere lo
siguiente. En 1 Crónicas 28, 2, leemos que:
“Y
se levantó David el rey, en medio de la
asamblea...”.
En este concilio de Jerusalén, que trataba acerca de cómo construir
el templo de Dios, y que claramente prefiguró el Concilio de Jerusalén de
Hechos 15, el único que la Escritura describe e identifica como el que se
levantó en medio de la asamblea es
el rey. El que se levantó en medio de los demás para
dirigirse a ellos es el que tiene la suprema autoridad sobre Israel.
En Hechos 15, 7, en el Concilio de Jerusalén del Nuevo Testamento,
que asimismo determinaría cómo el templo de Dios (su Iglesia del Nuevo Testamento)
se construiría y expandiría, leemos esto:
“Después de una larga discusión, se levantó Pedro y
les dijo...”.
La Escritura describe e identifica a Pedro como el que se levantó en
el Concilio de Jerusalén de Hechos 15, al igual como se describió e identificó
al rey David como el que se levantó en el Concilio de Jerusalén de 1 Crónicas
28, porque Pedro, siendo el líder de la Iglesia y el primer papa, tuvo la
suprema autoridad sobre la nueva Israel, la Iglesia, igual que el rey David que
tuvo la suprema autoridad sobre Israel en el Antiguo Testamento.
Y si aún no está convencido del paralelismo, siga escuchando.
Continuando con su discurso, en 1 Crónicas 28, 4, leemos que David dice esto:
1 Crónicas 28, 4: “Y el Señor, el Dios de Israel, me eligió de toda
la casa de mi padre para ser rey sobre Israel por los siglos...”.
El rey David se
levantó durante el Concilio en Jerusalén – el Concilio que trató acerca de cómo
construir el templo de Dios – y dice que el Señor Dios “me eligió”.
En Hechos 15, 7, en el Concilio de Jerusalén del Nuevo Testamento –
el Concilio que trató acerca de cómo construir la Iglesia de Dios – leemos que
Pedro dice esto:
Hechos 15, 7: “Después de una larga discusión,
se levantó Pedro y les dijo: ‘Hermanos, vosotros sabéis cómo, desde los
primeros días, Dios me
eligió en medio de vosotros para que por mi boca oyesen
los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen’”.
El
paralelo es impresionante y claro. La palabra inspirada de Dios describe a
Pedro en el Concilio de Jerusalén de Hechos 15 de la misma manera como describe
al rey David en el Concilio de Jerusalén de 1 Crónicas 28. David se levantó en
medio de los demás y dice que de toda la casa de mi padre Dios me eligió. De la
misma manera, Pedro se levantó en medio de los demás y dice que de todos
vosotros apóstoles, presbíteros y representantes de la Iglesia, Dios eligió “mi
boca”. También es interesante que en 1 Crónicas 28, 2, la palabra para asamblea – en la cual
David se levantó, habló y declaró que Dios lo eligió, la traducción griega es ἐκκλησία. Esa es la palabra
griega para Iglesia. Es la misma palabra usada en Hechos 15 para describir la
asamblea o Iglesia en la cual Pedro se levantó, habló y declaró que Dios lo
eligió. Tanto David y Pedro se levantaron en medio de la Iglesia o ἐκκλησία y declararon
que Dios los eligió.
1
Crónicas 28, 4: “Y el Señor, el Dios de Israel, me eligió de toda la
casa de mi padre para ser rey sobre Israel por los siglos...”.
Hechos
15, 7: “Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: ‘Hermanos,
vosotros sabéis cómo, desde los primeros días, Dios me eligió en
medio de vosotros para que por mi boca oyesen los
gentiles la palabra del Evangelio y creyesen’”.
Pedro
hace y dice lo que David hace y dice precisamente porque Pedro tuvo la suprema
autoridad sobre la Iglesia del Nuevo Testamento, así como el rey David tuvo la
suprema autoridad sobre Israel. La Iglesia es la Israel de Dios (véase Gálatas
6, 16). Las palabras de la Septuaginta o LXX confirma aún más este hecho.
La
Septuaginta o LXX es la traducción griega del Antiguo Testamento. Es la versión
del Antiguo Testamento que muy a menudo es citada por los escritores inspirados
del Nuevo Testamento. En 1 Crónicas 28, 4 de la Septuaginta, cuando el rey
David dice que Dios me eligió, la palabra para eligió es ἐξελέξατο. Esa es el aoristo
medio indicativo, en tercera persona forma singular del verbo griego ἐκλέγω, que significa yo selecciono, escojo o elijo. Pues bien, en
Hechos 15, 7, cuando Pedro se levantó y dice que Dios lo eligió, la palabra eligió no sólo viene
del mismo verbo, sino que es exactamente la misma palabra que encontramos en 1
Crónicas 28, 4: ἐξελέξατο.
El
texto inspirado de la Escritura nos da este notable paralelo entre los dos
concilios en Jerusalén, y las palabras y obras de sus pertinentes líderes, para
confirmar adicionalmente que Dios eligió a Pedro para tener la suprema
autoridad sobre la nueva Israel, la Iglesia, así como Dios eligió al rey David
para tener la suprema autoridad sobre Israel del Antiguo Testamento. Y como el
cargo del rey David tuvo sucesores, el cargo de San Pedro también los tiene. De
hecho, en 1 Crónicas 28, el rey David procede a mencionar que si bien Dios lo
eligió para ser rey sobre Israel, no fue sino su sucesor, el rey Salomón, quien
de verdad construyó el templo de Dios. En 1 Crónicas 29, 1, el rey David
también describe a su sucesor, Salomón, como a “quien solo le ha elegido Dios”.
Esto
indica, además, que Dios elige sólo una persona para ser rey, y que el rey
tiene sucesores en ese cargo único.
De la misma manera,
Dios eligió a Pedro para ser la piedra y el fundamento de la Iglesia, el que
tiene las llaves del reino de los cielos, pero sus sucesores, los futuros
papas, completarían la expansión o crecimiento del templo de Dios, la Iglesia,
en cuanto los nuevos conversos sigan entrando en el cuerpo de Cristo a través
de la historia. La autoridad de San Pedro en el Concilio de Jerusalén también
es clara desde el hecho que antes de su discurso, hubo una larga discusión.
Hechos 15, 7: “Después de una larga discusión,
se levantó Pedro...”.
Pero en cuanto Pedro terminó su discurso en Hechos 15, 11, el
siguiente versículo dice:
Hechos 15, 12: “Guardó entonces silencio toda
la multitud y escucharon a Bernabé y a Pablo...”.
Nótese que el texto inspirado de la Escritura menciona el silencio
inmediatamente después de terminarse las palabras de Pedro. La Escritura, por
tanto, enseña que la discusión ocurrida antes del discurso de Pedro, cesó tan
pronto como la posición de Pedro fue articulada y su discurso hubo terminado.
Bernabé, Pablo y Santiago luego procedieron a dirigirse a la Iglesia, después
que Pedro ya había dejado definido la principal y esencial verdad doctrinal que
debía perdurar por los siglos: esto es, que los gentiles convertidos a Cristo
no necesitaban cargar con el yugo de la circuncisión y todos los requerimientos
de la Antigua Ley.
Pedro dijo: “... y no haciendo diferencia alguna entre nosotros y ellos,
purificando con la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a
Dios queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni
nuestros padres ni nosotros fuimos capaces de soportar? Pero
por la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos nosotros, lo mismo que
ellos” (Hechos 15, 9-11).
Si bien San Pedro fue el líder de la Iglesia universal, el
historiador Eusebio de la Iglesia primitiva nos dice que Santiago se quedó como
el obispo de la iglesia local en Jerusalén.
También se debe señalar que, con la excepción de estar prohibida la
inmoralidad sexual o la fornicación, que obviamente es de ley divina y repetida
en muchos lugares del Nuevo Testamento, la propuesta hecha por Santiago en el
Concilio de Jerusalén, de que los gentiles conversos debían abstenerse de los
alimentos sacrificados a los ídolos, de la sangre, y de lo ahogado
[estrangulado] –que los apóstoles decidieron adoptar–, fue una
recomendación que abarcaba la disciplina de Iglesia, y no el dogma.
Hechos 15, 28-29: “Porque ha parecido bien al
Espíritu Santo y a nosotros no imponeros otra carga fuera de éstas necesarias: que os abstengáis de manjares
sacrificados a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y
de inmoralidad sexual”.
Fue una medida disciplinaria adoptaba por la Iglesia durante ese
periodo apostólico en particular, del cual se estaba formando una sola Iglesia
de Cristo entre aquellos que observaron la Antigua Ley y los gentiles que no la
observaban. Véanse 1 Corintios capítulo 8, 1 Cor. 10, 25-29, y la bula
dogmática Cantate Domino del
católico Concilio de Florencia, para la prueba de que la prescripción
mencionada en Hechos 15, 29 contra el consumo de esos alimentos específicos era
una medida temporal y disciplinaria, no una enseñanza dogmática o una ley que
estuviese inextricablemente conectada a la fe de Cristo. Esa prescripción dejó
de ser obligatoria y ya no más aplicaba después del periodo apostólico.
Concilio de Florencia, Cantate Domino,
1441: “La sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree, profesa y predica que
‘toda criatura de Dios es buena y nada ha de rechazarse de cuanto se toma con
la acción de gracias’ [1 Tim. 4, 4], porque según la palabra del Señor, ‘no lo
que entra en la boca mancha al hombre’ [Mt. 15, 11], y que aquella distinción de la Ley Mosaica entre manjares
limpios e inmundos pertenece a un ceremonial que ha pasado y perdido su
eficacia al surgir el Evangelio. Dice también que aquella prohibición
de los Apóstoles, ‘de abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre y
de lo ahogado’ [Hch. 15, 29], fue conveniente para aquel tiempo en que iba
surgiendo la única Iglesia de entre judíos y gentiles que vivían antes
con diversas ceremonias y costumbres, a fin de que junto con los judíos
observaran también los gentiles algo en común y, a par que se daba ocasión para
reunirse en un solo culto de Dios y en una sola fe, se quitara toda materia de
disensión; porque a los judíos, por su antigua costumbre,
la sangre y lo ahogado les parecían cosas abominables, y por la comida de lo
inmolado podían pensar que los gentiles volverían a la idolatría. Mas cuando tanto se propagó la
religión cristiana que ya no aparecía en ella ningún judío carnal, sino que
todos, al pasar a la Iglesia, convenían en los mismos ritos y ceremonias del
Evangelio, creyendo que ‘todo es limpio para los limpios’ [Tito 1, 15]; al
cesar la causa de aquella prohibición apostólica, cesó también su efecto. Así,
pues, proclama que no ha de condenarse especie alguna de alimento que la
sociedad humana admita; ni ha de hacer nadie, varón o mujer, distinción alguna
entre los animales, cualquiera que sea el género de muerte con que mueran, si
bien para salud del cuerpo, para ejercicio de la virtud, por disciplina regular
y eclesiástica, puedan y deban dejarse muchos que no están negados, porque,
según el Apóstol, ‘todo es lícito, pero no todo es conveniente’ [1 Cor. 6, 12;
10, 22]”.
Por eso lo que Santiago discutió y recomendó en el Concilio de
Jerusalén fue una medida disciplinaria. Sin embargo, lo que San Pedro declaró
fue la verdad dogmática, que permanecería en vigor para toda la historia de la
Iglesia – esto es, que los gentiles conversos en la Iglesia de Cristo no
necesitaban observar la circuncisión y el resto de la Antigua Ley. Ese
principio dogmático definiría todas las generaciones futuras de cristianos y
determinaría cómo la Iglesia se construiría o expandiría a través de los
siglos. Es por eso que ello fue proclamado por San Pedro, la cabeza de la
Iglesia – el que se levantó primero en medio de la asamblea y cuyas palabras
silenció la discusión. La autoridad de San Pedro sobre la Iglesia también es
precisamente la razón por la cual se le dijo específicamente al primer converso
gentil, Cornelio, que encontrase a San Pedro, el líder de la Iglesia.
Hechos 10, 3-6: “... ‘Cornelio’. Él
le miró, y sobrecogido de temor, dijo: ‘¿Qué
quieres, Señor?’ Y le dijo: ‘Tus oraciones y limosnas han
sido recordadas ante Dios. Envía,
pues, unos hombres a Joppe y haz que venga un cierto Simón, llamado
Pedro, que se hospeda en casa de Simón, el curtidor,
cuya casa está junto al mar’”.
Y también es
precisamente la razón por la que la profunda visión (registrada en Hechos 10,
10-16) que significaba que las restricciones de la Antigua Ley contra los
alimentos impuros habían terminado – la visión que daría forma a toda la
historia futura de la Iglesia – le fue dada a San Pedro solamente.
Hechos 10, 10-16: “Sintió [Pedro] hambre y
deseó comer; y mientras preparaban la comida le sobrevino un éxtasis. Vio el cielo abierto, y que bajaba algo
como un mantel grande, sostenido por las cuatro puntas, y que descendía sobre
la tierra. En él había todo género de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves
del cielo. Oyó una voz que le decía: ‘Levántate, Pedro, mata y come’. Dijo
Pedro: ‘De ninguna manera, Señor, que jamás he comido cosa alguna impura’. De
nuevo le dijo la voz: ‘Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro’.
Sucedió esto por tres veces, y luego el lienzo fue recogido al cielo”.
Dios le comunicó a
la cabeza de la Iglesia, San Pedro, la medida dogmática que Él quería que
siguiera el resto de la Iglesia, de manera que una vez que el líder de la
Iglesia hiciese conocer la verdad sobre el asunto, los demás en la Iglesia bajo
su autoridad la aceptaría.
Además es digno de mención que cuando Santiago empezó a hablar él hizo referencia a lo que Simón
Pedro ya había dicho.
Hechos 15, 14: “Simón nos ha dicho de qué modo
Dios por primera vez visitó a los gentiles...”.
Santiago hace referencia al discurso de San Pedro al comenzar su
propio discurso; no obstante, cuando Pedro empieza a hablar, él no hace
referencia a ningún otro hombre. Él simplemente menciona cómo Dios lo eligió.
1
Crónicas 28, 4: “Y el Señor, el Dios de
Israel, me
eligió [ἐξελέξατο] de toda la casa de mi padre para ser rey sobre
Israel por los siglos...”.
Hechos
15, 7: “Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: ‘Hermanos,
vosotros sabéis cómo, desde los primeros días, Dios me eligió [ἐξελέξατο] en medio de vosotros para que por mi boca oyesen los
gentiles la palabra del Evangelio y creyesen’”.
La
significancia de estos hechos, que claramente prueban el Papado, debería ser
incluso más evidente cuando recordamos que Jesús está sentado sobre el trono de
David. Jesús es el Rey, verdadero Dios y verdadero hombre. Él es el fundador de
la Iglesia, y el último sucesor del trono de David; pero Él le da a San Pedro
su autoridad, las llaves del reino y la comisión de gobernar su rebaño. Por lo
tanto, el cargo de San Pedro es el del primer ministro o vicario de Jesús
cuando se considera que Jesús es el Rey; pero, cuando Jesús deja el mundo y
asciende al cielo, Él le da a San Pedro la autoridad sobre la Iglesia, y Pedro,
por consiguiente, ocupa el lugar del Rey. Es por eso que la posición de Pedro
en la Escritura es un paralelo de tanto la posición del primer ministro bajo
los reyes del Antiguo Testamento y la posición del mismo rey David, como ya
hemos visto. En la monarquía davídica no sólo había un rey que gobernaba a todo
el pueblo, sino que el rey tenía un gabinete real. El gabinete real de Jesús,
que hace paralelo a las 12 tribus de Israel y el gabinete real en la monarquía
davídica, son los doce apóstoles. Sin embargo, de todos los ministros del rey
en la monarquía davídica, había un ministro que resaltaba con autoridad sobre
los demás. Ese era el primer ministro, quien tenía poder sobre la casa del rey. En Isaías capítulo 22, leemos
que el primer ministro TENÍA LA LLAVE de la casa de David.
Isaías 22, 20-22:
“Y en aquel día llamaré yo a mi siervo Eliaquim, hijo de Helicías, y le vestiré
de tu [Sobná] túnica y le ceñiré de tu cinturón, y pondré en sus manos tu poder. Y él será un padre para los
habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Y pondré sobre su
hombro la llave de la casa de David; abrirá, y no habrá quien pueda cerrar;
cerrará, y no habrá quien pueda abrir”.
Este pasaje nos informa que el primer ministro del rey tenía la
llave de la casa. Eso significa la autoridad sobre la casa del rey. El primer
ministro también tenía sucesores. El primer ministro tenía el poder de abrir y
no habrá quien pueda cerrar, y cerrará y no habrá quien pueda abrir.
Isaías
22, 20-22: “Y en aquel día llamaré yo a mi siervo Eliaquim, hijo de Helicías, y
le vestiré de tu [Sobná] túnica y le ceñiré de tu cinturón, y pondré en sus manos tu poder.
Y él será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Y
pondré sobre su hombro la
llave de la casa de David; y abrirá, y no habrá quien pueda
cerrar; y cerrará, y no habrá quien pueda
abrir”.
Mateo
16, 18-19: “Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra Yo edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los
cielos, y cuanto atares sobre la tierra será atado en los cielos, y cuanto
desatares sobre la tierra será desatado en los cielos”.
El
paralelo de Mateo 16, 18-19, donde Jesús dice que San Pedro recibirá las llaves
del reino, y que cuanto atare sobre la tierra será atado en los cielos, y
cuanto desatare sobre la tierra será desatado en los cielos, es inconfundible.
Jesús
estableció que sus primeros ministros serán San Pedro y sus sucesores, y cuando
Jesús dejó el mundo, después de haberle confiado a San Pedro el rebaño, Pedro
se levantó como el representante de Jesús y tomó su lugar como el líder y
gobernador de la Iglesia. Es por eso que la posición de San Pedro en los Hechos
de los Apóstoles es la del líder de la Iglesia, y la razón por la que su papel
en el Concilio de Jerusalén es un paralelo de la posición del rey David.
1
Crónicas 28, 4: “Y el Señor, el Dios de
Israel, me
eligió [ξελέξατο] de
toda la casa de mi padre para ser rey sobre Israel por los siglos...”.
Hechos
15, 7: “Después de una larga discusión, se levantó Pedro y les dijo: ‘Hermanos,
vosotros sabéis cómo, desde los primeros días, Dios me eligió [ξελέξατο] en
medio de vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y
creyesen’”.
Como
estos hechos demuestran para cualquiera de buena voluntad, los protestantes y
los demás no católicos que rechazan el Papado están equivocados. Su posición es
indudablemente falsa. Ellos no tienen la verdadera fe cristiana. Cuando niegan
el Papado, ellos niegan el cargo y posición establecidos por el mismo
Jesucristo. Cuando atacan el Papado, ellos atacan lo que Dios mismo instituyó.
A menos que se humillen, acepten la verdad que tan claramente prueba estos
hechos, y se conviertan a la fe católica tradicional, la única verdadera fe
cristiana fuera de la cual no hay salvación, ellos definitivamente, se perderán...
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