Obras de misericordia

 

¿CUÁLES SON LAS OBRAS DE MISERICORDIA?

Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. 

Pero, ¿Cuáles son y en qué consisten?

Hay catorce obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales.

 

OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES:

1. Visitar a los enfermos.

2. Dar de comer al hambriento.

3. Dar de beber al sediento.

4. Dar posada al peregrino.

5. Vestir al desnudo.

6. Visitar a los presos.

7. Enterrar a los difuntos.

Obras de misericordia espirituales:

1. Enseñar al que no sabe.

2. Dar buen consejo al que lo necesita.

3. Corregir al que se equivoca.

4. Perdonar al que nos ofende.

5. Consolar al triste.

6. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.

7. Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia.

 

Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos).

Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.

Catecismo de la Iglesia Católica, 2447.

 

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?". Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". (Mateo 25, 31-40).

 

LAS OBRAS DE MISERICORDIA CORPORALES:

breve explicación: 

👉🏻1) Dar de comer al hambriento y 👉🏻2) dar de beber al sediento.

Estas dos primeras se complementan y se refieren a la ayuda que debemos procurar en alimento y otros bienes a los más necesitados, a aquellos que no tienen lo indispensable para poder comer cada día.

San Juan Bautista, según recoge el Evangelio de San Lucas, recomienda:

«El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo» (Lucas 3, 11).

 

👉🏻3) Dar posada al peregrino.

En la antigüedad el dar posada a los viajeros era un asunto de vida o muerte, por lo complicado y arriesgado de las travesías. No es el caso hoy en día. Pero, aun así, podría tocarnos recibir a alguien en nuestra casa, no por pura hospitalidad de amistad o familia, sino por alguna verdadera necesidad.

 

👉🏻4) Vestir al desnudo.

Esta obra de misericordia se dirige a paliar otra necesidad básica: el vestido. Muchas veces, se nos facilita con las recogidas de ropa que se hacen en Parroquias y otros centros. A la hora de entregar nuestra ropa es bueno pensar que podemos dar de lo que nos sobra o ya no nos sirve, pero también podemos dar de lo que aún es útil.

En la carta de Santiago se nos anima a ser generosos: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice:

“Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (Santiago 2, 15-16).

 

👉🏻5) Visitar al enfermo.

Se trata de una verdadera atención a los enfermos y ancianos, tanto en el aspecto físico, como en hacerles un rato de compañía.

El mejor ejemplo de la Sagrada Escritura es el de la Parábola del Buen Samaritano, que curó al herido y, al no poder continuar ocupándose directamente, confió los cuidados que necesitaba a otro a quien le ofreció pagarle.

“Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver" ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera»” (Lucas 10, 30-37).

 

👉🏻6) Visitar a los encarcelados.

Consiste en visitar a los presos y prestarles no sólo ayuda material sino una asistencia espiritual que les sirva para mejorar como personas, enmendarse, aprender a desarrollar un trabajo que les pueda ser útil cuando terminen el tiempo asignado por la justicia, etc.

Significa también rescatar a los inocentes y secuestrados. En la antigüedad los cristianos pagaban para liberar esclavos o se cambiaban por prisioneros inocentes.

 

👉🏻7) Enterrar a los difuntos.

Cristo no tenía lugar sobre el que reposar. Un amigo, José de Arimatea, le cedió su tumba. Pero no sólo eso, sino que tuvo valor para presentarse ante Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. También participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo.

“Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.” (Juan 19, 38-42).

Enterrar a los muertos parece un mandato superfluo, porque –de hecho- todos son enterrados. Pero, por ejemplo, en tiempo de guerra, puede ser un mandato muy exigente. ¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano? Porque el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. Somos “templos del Espíritu Santo” (1 Corintios 6, 19).

 

LAS OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUALES:

Breve explicación: 

👉🏻1) Enseñar al que no sabe.

Consiste en enseñar al ignorante en cualquier materia: también sobre temas religiosos. Esta enseñanza puede ser a través de escritos o de palabra, por cualquier medio de comunicación o directamente.

Como dice el libro de Daniel:

"Los que enseñan la justicia a la multitud, brillarán como las estrellas a perpetua eternidad" (Daniel 12, 3b).

 

👉🏻2) Dar buen consejo al que lo necesita.

Uno de los dones del espíritu Santo es el don de consejo. Por ello, quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios, ya que no se trata de dar opiniones personales, sino de aconsejar bien al necesitado de guía.

 

👉🏻3) Corregir al que se equivoca.

Esta obra de misericordia se refiere sobre todo al pecado. De hecho, otra manera de formular esta obra es: Corregir al pecador.

La corrección fraterna es explicada por el mismo Jesús en el evangelio de Mateo:

“Si tu hermano peca, vete a hablar con él a solas para reprochárselo. Si te escucha, has ganado a tu hermano”. (Mateo 18, 15-17).

Debemos corregir a nuestro prójimo con mansedumbre y humildad. Muchas veces será difícil hacerlo pero, en esos momentos, podemos acordarnos de los que dice el apóstol Santiago al final de su carta:

“el que endereza a un pecador de su mal camino, salvará su alma de la muerte y consigue el perdón de muchos pecados” (Santiago 5, 20).

 

👉🏻4) Perdonar las injurias.

En el Padrenuestro decimos:

“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” y el mismo Señor aclara: “si perdonáis las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial os perdonará. En cambio, si no perdonáis las ofensas de los hombres, tampoco el Padre os perdonará a vosotros” (Mateo 6, 14-15).

Perdonar las ofensas significa superar la venganza y el resentimiento. Significa tratar amablemente a quien nos ha ofendido.

El mejor ejemplo de perdón en el Antiguo Testamento es el de José, que perdonó a sus hermanos el que hubieran tratado de matarlo y luego venderlo:

“Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese el haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros” (Génesis 45, 5).

Y el mayor perdón del Nuevo Testamento es el de Cristo en la Cruz, que nos enseña que debemos perdonar todo y siempre:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. (Lucas 23, 34).

 

👉🏻5) Consolar al triste.

El consuelo para el triste, para el que sufre alguna dificultad, es otra obra de misericordia espiritual.

Muchas veces, se complementará con dar un buen consejo, que ayude a superar esas situaciones de dolor o tristeza. Acompañar a nuestros hermanos en todos los momentos, pero sobre todo en los más difíciles, es poner en práctica el comportamiento de Jesús que se compadecía del dolor ajeno.

Un ejemplo viene recogido en el Evangelio de Lucas. Se trata de la resurrección del hijo de la viuda de Naím: “Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: Joven, a ti te digo: Levántate. El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre”.

 

👉🏻6) Sufrir con paciencia los defectos de los demás.

La paciencia ante los defectos ajenos es virtud y es una obra de misericordia. Sin embargo, hay un consejo muy útil: cuando el soportar esos defectos causa más daño que bien, con mucha caridad y suavidad, debe hacerse la advertencia.

 

👉🏻7) Orar por vivos y difuntos.

San Pablo recomienda orar por todos, sin distinción, también por gobernantes y personas de responsabilidad, pues “Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”:

“Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna.” (1 Timoteo 2, 2-3).

Los difuntos que están en el Purgatorio dependen de nuestras oraciones. Es una buena obra rezar por éstos para que sean libres de sus pecados.

“Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y piadoso. Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados.” (2 Macabeos 12, 45).

Estas son las obras de Misericordia que nos dicta Nuestro Señor y recordemos lo que nos dice:

“Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».” (Mateo 25, 45-46).


       ¿Qué ha hecho la Iglesia católica por los pobres?

Una respuesta efectiva incalculable, desde las colectas de las primeras comunidades cristianas hasta las grandes organizaciones caritativas actuales como Caritas o Cor Unum

Desde las colectas de las primeras comunidades cristianas hasta las grandes organizaciones caritativas actuales como Caritas o Cor Unum, la Iglesia siempre ha vivido la caridad como un elemento esencial de la vida cristiana.

Numerosos católicos emblemáticos han contribuido con su trabajo asistencial y su promoción humana a lo largo de la historia a ayudar a los pobres.

La actividad caritativa y social en la Iglesia es un tema inalcanzable, realmente. Pero el historiador y vicario episcopal del arzobispado de Barcelona Joan Galtés ofreció una amplia visión de la caridad de los cristianos en la historia. Fue en una conferencia en las Jornadas de Cuestiones Pastorales Castelldaura 2014.

Primeros cristianos

Como explicó el sacerdote, ya la Iglesia apostólica, que vivía en situación de marginación respecto a la sociedad pagana, ejercía eficazmente la caridad entre los cristianos.

La Escritura atestigua que los primeros cristianos se sentían unidos y compartían sus bienes.

E incluso organizaban colectas para las comunidades más necesitadas (como la de Macedonia y Acaya para la de Jerusalén).

Desde los primeros siglos, la ayuda a los pobres se realizaba con una cierta organización.

San Pablo menciona entre los diversos carismas o servicios el de ayudar a los demás. Y cuando la asistencia a los pobres provocó algunas tensiones, los apóstoles  decidieron elegir a siete hombres dedicados al servicio de la caridad. Entre ellos sobresale Esteban, el protomártir.

Los destinatarios de este servicio eran las viudas, los huérfanos , los esclavos , los enfermos, es decir, los más abandonados por la sociedad de aquel tiempo.

La acción caritativa de los cristianos suscitaba la admiración de los paganos, como certificó Tertuliano en el siglo III en su Apologeticus.

A principios del siglo IV, cuando la Iglesia goza de un reconocimiento público gracias al emperador Constantino, la acción caritativa de la Iglesia se incrementa y se ensancha a toda la sociedad.

Entonces, la Iglesia asumió, en buena parte, la acción social pública. Teniendo en cuenta el contexto general de las costumbres del tiempo, el cristianismo representó la dignificación de las personas. Y la práctica de la caridad hacia los pobres fue predicada con insistencia y practicada eficazmente.

Prueba de ello es el hecho de que el emperador Juliano el Apóstata, cuando quiso restaurar la antigua religión romana desterrando el cristianismo, estableció que en el nuevo orden pagano los pobres fueran atendidos como lo hacía la Iglesia.

Y el mismo emperador reconoce que el único aspecto que admiraba del cristianismo era su actividad caritativa.

Para promover la ayuda a los pobres, la predicación de los Padres de la Iglesia no cesa de inculcar en la conciencia cristiana el valor moral de las obras de caridad.

Y eran considerados buenos obispos los que cuidaban de los pobres, ya fuera personalmente o a través de la diaconía de la Iglesia. Como san Agustín, que edificó un hospital para hospedar a los indigentes y los forasteros. 

En Roma funcionaban las siete demarcaciones diaconales que se ocupaban de la distribución de las ofrendas destinadas a los pobres.

En el puerto de Ostia, el 397, se construyó un hospital para acoger pobres y peregrinos, gracias a la herencia de una noble romana llamada Paulina.

También en Ankara, una rica matrona destinó su fortuna al sostenimiento de los hospitales para los pobres. 

La Iglesia de Antioquia, en tiempos de san Juan Crisóstomo socorría a miles de pobres de todo tipo.

Pero el complejo asistencial más conocido y mejor dotado fue el que organizó san Basilio en el siglo IV en las afueras de Cesarea de Capadocia, donde encontraban refugio pobres, enfermos, niños abandonados y toda clase de indigentes. Igual hacían las Iglesias Alejandría, Constantinopla y Jerusalén.

Ya desde estos primeros siglos, la acción a favor de los pobres fue una característica del cristianismo, diferenciada de la mentalidad pagana que consideraba la pobreza y el abandono de los necesitados como una ley fatal de la naturaleza.

Para Galtés, “cualquier conocedor de la historia de la civilización no puede dejar de remarcar que la dignidad del pobre y la asistencia al desvalido en la sociedad grecorromana fue fruto del cristianismo y que a la sombra de la Iglesia nacieron y se desarrollaron una multitud de instituciones de beneficencia”.

“También debemos constatar que en el Bajo Imperio, a medida que se iba fundiendo el sustrato pagano del hombre antiguo, sólo el cristianismo fue capaz de humanizar la conciencia social –añade-. La caridad cristiana ve en el pobre, en el enfermo, en el desvalido, la imagen viva de Jesucristo sufriente”.

Las obras de misericordia

Ante las situaciones de pobreza y aflicción, la tradición cristiana ha elaborado un conjunto de recomendaciones concretas para el comportamiento de los católicos en sus relaciones con los demás, de acuerdo con la enseñanza de Jesús.

Son las llamadas obras de misericordia, entre ellas enseñar, alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar a enfermos  presos, acoger a los peregrinos y rescatar a los cautivos.

Las obras de misericordia, además de ser practicadas a nivel individual, también han inspirado a lo largo de los siglos innumerables instituciones eclesiales: escuelas, hospitales, lugares de acogida de transeúntes, centros de distribución de alimentos y comedores, apostolado a las prisiones, así como tantos órdenes religiosas, masculinos y femeninos, de todas las épocas y lugares, que se han dedicado a servicios.

Por ejemplo, órdenes redentoras como los trinitarios o los mercedarios se han dedicado desde finales del siglo XVIII hasta hoy a las cárceles.

Allí ejercen su apostolado entre los aprisionados por todo tipo de delitos y entre sus familias, junto a laicos y sacerdotes desempeñan tareas de voluntariado en las cárceles y para la reinserción social.

Y anteriormente, el cristianismo había favorecido la dignidad de los esclavos, con ejemplos eminentes de caridad hacia ellos como san Pedro Claver, y de su defensa, como Bartolomé de las Casas, y los jesuitas Alonso Sandoval y Antonio Vieira.

La Pia Almoina

Durante los siglos XII y XIII funcionaron en varias diócesis de occidente instituciones de beneficencia que ayudaban a los más marginados organizadas por los capítulos catedrales bajo la tutela de los obispos.

En algunos lugares, conocidas como Pia Almoina, proporcionaban alimento y vestido a los pobres.

En Barcelona y Lérida, su servicio de comedor llegó distribuir hasta 288 y 137 comidas diarias respectivamente.

En otros lugares ofrecía diariamente pan y dinero para la adquisición de alimentos. Los recursos provenían de limosnas y legados.

Unos gestores, llamados limosneros, administradores o ecónomos, se ocupaban de la administración del patrimonio de estas instituciones.

Fueron instituciones caritativas estables, que junto con la red de hospitales, perduraron casi hasta el siglo XIX, adaptándose a las necesidades de cada época.

Como testigos de su importancia quedan en pie grandes edificios góticos y renacentistas en varias ciudades.

Hospitales y orfanatos

En la Edad Media proliferan los hospitales de la Iglesia y se produce también una cierta especialización.

Hombres de Iglesia promueven en muchas ciudades lugares de acogida para enfermos incurables, por ejemplo para leprosos, muchos de ellos atendidos por la orden hospitalaria de San Lázaro.

Todavía hoy la lepra está difundida por Asia, África y América Latina y la Iglesia católica posee en estos lugares cerca de 650 leproserías.

Mientras en el mundo antiguo griego y romano era usual abandonar a la muerte a los niños no deseados, el cristianismo estimuló la creación de los primeros orfanatos.

El famoso hospital de Santo Spirito in Saxi de Roma (1240), que disfrutó del mecenazgo del papa Inocencio III, parece que fue el que inventó el sistema del «torno» para depositar anónimamente los niños no queridos y evitar que fueran tirados al río Tíber.

Estos «tornos» proliferaron en hospitales y conventos de todas partes.

El debate sobre la caridad y la asistencia a los pobres

En el siglo XVI, de grandes transformaciones sociales, culturales y religiosas, se cuestionó la forma tradicional de caridad, considerando que favorecía la mendicidad y el vagabundear, que eran percibidos como peligrosidad social y desorden público.

Grandes personalidades de la Iglesia contribuyeron al debate, como el dominico segoviano Domingo Soto, defensor de la doctrina tradicional de la limosna y el deber cristiano de socorrer a los pobres, y el benedictino Juan de Robles, que defendía la reforma de la asistencia social, y proponía la secularización del patrimonio hospitalario y de la distribución de las limosnas, dejando a manos del clero sólo el control del funcionamiento de las instituciones benéficas.

Años después, el teólogo Miquel Giginta intentó conciliar las dos posiciones, y propuso la necesaria intervención de la autoridad pública ante el progresivo deterioro social de las ciudades.

Concretamente, propuso la creación de Casas de Misericordia, para bien acoger a los pobres verdaderos, y poner en evidencia a los falsos pobres (vagabundos y vagos), sin necesidad de emplear acciones coercitivas.

Estas Casas debían ofrecer acogida, formación, trabajo y oración. Serían financiadas con la caridad de los poderosos y el propio trabajo de los asilados.

La propuesta de Giginta encontró buena acogida social y eclesial, y se puso en práctica en varias ciudades.

Entre los héroes de la caridad en esta época se encuentran san Juan de Dios–el primero que actuó con categorías modernas de cara a la atención a los enfermos y por eso es considerado el creador del hospital moderno-, san Camilo de Lelis –iniciador de una obra que puede considerarse precursora de la Cruz Roja Internacional- y san Vicente de Paúl, que ejerció la caridad en todos los ámbitos pastorales y fundó las Hijas de la Caridad al servicio de los pobres.

Ellos inspiraron a muchas otras congregaciones religiosas similares que contribuyeron a crear la figura de la enfermera moderna.

Una caridad racional

En la época de la Ilustración, la época de la razón y la centralización administrativa, se insistía en que la caridad no debía favorecer la mendicidad.

La Iglesia también multiplicó las obras de asistencia a los pobres -tanto en el ámbito diocesano y parroquial, como en el de las congregaciones religiosas- y de educación de los niños.

San José de Calasanz abrió en Roma en 1597 una escuela totalmente gratuita para niños pobres. Y también iniciaron vastas obras educativas, que perduran hoy, Nicolás Barré, san Juan Bautista de La Salle, la beata Rosa Venerina y santa Lucía Filippini, entre otros.

Las nuevas formas de pobreza ligadas a la expansión industrial encontraron respuesta en el florecimiento sorprendente de nuevas congregaciones religiosas a lo largo del siglo XIX. 

Se calcula que en Europa aparecieron un millar de nuevas congregaciones femeninas. Muchas de ellas estaban entregadas a los pobres en dispensarios, hospitales, asilos, guarderías para obreros, educación de la mujer, cárceles, etc.

Ante el socialismo y el carácter pagano del liberalismo económico, los cristianos más comprometidos en la cuestión social vieron que la reforma interior no era suficiente y que era necesario añadir la reforma de las instituciones.

El jesuita Vicente, por ejemplo, fundó en Manresa, en 1864, el Círculo de Obreros. Y difundió por toda la península ibérica instituciones y movimientos de carácter social, como las Cajas de Ahorro, sociedades católicas de socorro mutuo, y viviendas para obreros.

Fue inmenso el esfuerzo realizado por las asociaciones cristianas con el fin de paliar la miseria y los sufrimientos de todos los que componían los cinturones obreros de las grandes ciudades industriales.

A los niños abandonados, las mujeres dedicadas a la prostitución, los ancianos desamparados, los enfermos sin asistencia, los obreros más oprimidos, la enseñanza gratuita, la promoción de las chicas, … se dedicaron Juan Bosco, José Cottolengo, el obispo Ketteler, los religiosos Gafo, Gerard y Nevares, los sacerdotes Lamennais, Pícaro y Arboleya, e innumerables laicos como Ozanam o Hermel.

Desde el punto de vista magisterial, el papa León XIII publicó, en 1891, la encíclica Rerum novarum.

Es el primer documento pontificio que trataba de estudiar en profundidad el problema social ocasionado por la industrialización, que atribuye al Estado el papel de promotor del bien común y promociona la clase obrera.

Ya entrado el siglo XX, aparecieron las grandes encíclicas sociales de los Papas y se elaboró la Doctrina Social de la Iglesia.

La ayuda a los pobres hoy

El siglo XX ha visto consolidarse las grandes organizaciones de los estados en cuanto a la seguridad social y la asistencia. Y también ha visto multiplicarse la acción social y caritativa de la Iglesia desde parroquias y organizaciones caritativas.

Los católicos han llevado a cabo multitud de iniciativas ante las grandes catástrofes naturales, las víctimas de las guerras o de cara a la promoción y desarrollo de los pueblos, y también actividades más locales para atender los problemas de sus comunidades: obreros en paro, inmigrantes, drogodependientes, enfermos de sida y todos los que están en riesgo de exclusión social.

Pueden mencionarse personalidades tan relevantes como Hélder Câmara, Oscar Romero, Teresa de Calcuta, el abad Pierre, etc.

En cuanto a instituciones contemporáneas de alcance internacional al servicio de la caridad, se pueden destacar:

1. Caritas Internationalis: es una organización íntimamente vinculada a la Santa Sede y formada por las Caritas nacionales y diocesanas. Fundada en 1867 en la ciudad alemana de Friburgo, se convirtió en una organización internacional a inicios del siglo XX. Es una institución de Iglesia que goza de mucho prestigio en la sociedad. Tanto por su actividad humanitaria y caritativa, como por la fiabilidad de sus informes y documentos sobre la pobreza. En Caritas se encuentran desde las acciones concretas para mitigar todo tipo de sufrimiento y pobreza, hasta la lucha en favor de la justicia y del respeto a la dignidad humana. Caritas es una prueba palpable de la solidaridad de los creyentes ante todas las situaciones de pobreza.

2. El Consejo Pontificio Cor Unum para la promoción humana y cristiana: fue creado por el papa Pablo VI, en 1971. Esta institución tiene como objetivo ser el instrumento ejecutivo de la caridad del Papa. Promueve iniciativas humanitarias y coordina otras instituciones católicas como, por ejemplo, Manos Unidas. Con sus estudios estimula la reflexión teológica y social y la caridad de los fieles. El Papa también ha confiado a este Consejo la Fundación Juan Pablo II para la lucha contra la sequía y la desertificación y la Fundación «Populorum progressio» al servicio de la población indígena afroamericana y de los campesinos pobres de América Latina y el Caribe.

3. En Alemania, en 1958, se creó la institución Misereor contra el hambre y la enfermedad en el mundo, que colabora en programas de desarrollo. Los obispos alemanes crearon, también, Adveniat, para ayudar a América Latina. En España, las mujeres de Acción Católica, en 1960, fundaron Manos Unidas, para la lucha contra el hambre, la pobreza y el subdesarrollo de los países más pobres y contra las causas que lo provocan. En Roma, en 1968, nació la Comunidad de San Egidio, movimiento de laicos comprometidos en la evangelización y la caridad hacia los pobres, difundido en muchos países.

Imposible enumerar todas las instituciones y personalidades de la Iglesia católica que dan hoy una respuesta efectiva a la pobreza.

 



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